(1895 – 1977)
“Príncipe de los hispanistas”, así se le había llamado a Marcel Bataillon (1895-1977), a don Marcelo, como se le designaba en España y en América latina.
Era efectivamente un príncipe por su porte, sus modales, su encantadora nobleza natural, llena de sencillez y dulzura. Un hombre bondadoso y ecuánime, asimismo, enemigo de la polémica encarnizada, un hombre que sabía disentir, cuando era necesario, como le ocurrió con Américo Castro, su viejo amigo, acerca de diversos aspectos de “La realidad histórica de España”, pero que lo hacía siempre con elegancia y moderación de tono.
Había tenido un recorrido profesoral particularmente brillante que le había conducido de la Escuela Normal Superior de París y la Casa de Velázquez, después de la “agrégation”, a la Universidad de Argel, luego a la Sorbona y por fin al “Collège de France”. Invitado en numerosos centros universitarios, colmado de honores (miembro de varias Academias), doctor honoris causa de diversas Universidades, Presidente de Asociaciones Internacionales como la AIH, entre 1965 y 1968, o la de los Americanistas y la de Literatura Comparada, no dejaba de ser un hombre sencillo y generoso, que sabía suscitar vocaciones y no vacilaba en compartir su gran sabiduría con los jóvenes investigadores, impulsando sus trabajos y echándoles una mano, como pudo experimentarlo personalmente el que firma estas líneas.
Príncipe de la erudición, lo era por la inmensidad de su saber humanístico, de su saber a secas, que le hacía tan cercano a ese “príncipe de los humanistas” del siglo XVI, ese Erasmo con el cual podía congeniar, y fue objeto predilecto de sus estudios. Siguiendo la huella tan profunda del Roterodamo en la España del siglo XVI, a partir de los años 1920 y hasta la publicación de su gran libro en 1937, en plena guerra civil española, era toda la cultura hispánica del siglo XVI, con sus profundos intentos de renovación espiritual y de apertura, sus conflictos religiosos y sociales, pero también sus ingentes manifestaciones místicas y literarias, lo que iba analizando con gran rigor e iluminando magistralmente, después de haber llevado a cabo extensas búsquedas en archivos y bibliotecas. De tal modo, iba delineando nuevas orientaciones en la percepción del humanismo cristiano y nuevos campos de investigación. El gran poeta Antonio Machado, el mismo año de la salida del libro, bien vio la importancia capital que representaba la aportación del hispanista francés, al revelar otra faz de la historia del siglo XVI español, muy diferente de la que iba a imponer poco después el franquismo triunfante.
Frente a tal contexto, bien se comprenderá que Erasmo y España sólo penetrara verdaderamente en la Península muy posteriormente, después de los años 50, cuando la obra, puesta al día por su autor y traducida ya al español, pudo salir de las prensas mejicanas del Fondo de Cultura Económica. Esa “auténtica cima en la historia del hispanismo”, como la calificó Eugenio Asensio en 1952, fue calando hondo, a partir de entonces, en áreas hispánicas, y fue suscitando la admiración de los investigadores, aunque se matizaran algunas de sus perspectivas.
Erasmo fue el compañero de viaje de Marcel Bataillon hasta el final de su vida. Por ello, el erasmismo y sus aledaños le ocuparon de manera preferente. No sólo se había interesado por los hermanos Valdés hacia 1925, atribuyendo certeramente a Alfonso el Diálogo de Mercurio y Carón y dando a conocer, precedido de un admirable prólogo, el Diálogo de doctrina cristiana (1529) de Juan, según el único ejemplar existente, descubierto por él en la Biblioteca Nacional de Lisboa, sino que redactó espléndidos trabajos sobre el doctor Laguna y el Viaje de Turquía, sin hablar de otros estudios importantes, en particular los que dedicó directamente al Roterodamo, recogidos todos en el volumen Erasmo y el erasmismo, publicado en 1977. En sus últimos años, iba preparando con entusiasmo la segunda edición en francés de su gran libro que no llegó a ver publicado de nuevo y que no salió sino en 1991, gracias a la actividad de dos de sus discípulos.
Sus estudios sobre el erasmismo le condujeron a ocuparse con profundidad del Lazarillo de Tormes, como lo demuestra su introducción a la edición bilingüe de la obrita, de 1958, y por extensión de la novela picaresca -ahí está su libro sobre Pícaros y picaresca de 1969-, pero también de Cervantes y de otros autores, recogiéndose estos estudios en 1964 y publicándose bajo el título de Varia lección de clásicos españoles.
En el Erasmo y España de 1950, aparecía un apéndice sobre “Erasmo y el Nuevo Mundo”. Fue el punto de partida de los importantes trabajos americanistas de Marcel Bataillon sobre Vasco de Quiroga, Juan de Zumárraga, sobre los conquistadores y los cronistas de la conquista, cuyo remate fueron sus estudios sobre Bartolomé de las Casas, el defensor de los Indios, reunidos estos últimos en volumen, en 1966.
De la misma manera, la preparación de su gran libro le condujo a interesarse por el humanismo portugués y de ahí salieron una serie de artículos que vieron la luz, reunidos en libro, en 1952, en Coimbra.
El método tan fecundo seguido por Marcel Bataillon en sus trabajos implicaba el conocimiento cabal del texto, en relación con todos sus contextos. Es lo que habían ilustrado los humanistas del Renacimiento, con Erasmo y Nebrija a la cabeza, y es lo que el maestro indicaba a las claras en su lección inaugural del Collège de France, en 1945:
El gran filólogo es el que posee en ese trabajo de elucidación de las obras un conocimiento perfecto de la lengua del texto, de las técnicas de escritura gracias a las cuales se nos transmite, de los usos estilísticos o de las reglas métricas a las cuales se somete, pero asimismo un conocimiento completo de la civilización a la que pertenece dicho texto, desde su religión y su filosofía hasta sus técnicas más humildes, pasando por su vida política y social.
De ahí su Defensa e ilustración del sentido literal (título de su célebre charla de 1967), lo que había ejemplificado ya en su libro sobre La Celestina según Fernando de Rojas de 1961. Pero bien sabía, con Erasmo, que aferrarse servilmente a la letra destruye el espíritu del texto. Por ello, no dejaba de lado las diversas orientaciones y novedades de la investigación, que bien sabía valorar cuando, de manera coherente y sin forzar el texto, abrían nuevos cauces interpretativos.
Hombre de diálogo y de cultura, hombre de progreso, que había conocido el “Centro de estudios históricos” y había sido amigo de Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, José F. Montesinos, Homero Serís, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Antonio Machado y Alfonso Reyes, pero asimismo de Antonio Rodríguez-Moñino y Eugenio Asensio -por no citar más que a unos cuantos ilustres desaparecidos-, Marcel Bataillon fue siempre un defensor de la libertad y un enemigo de todo sistema de opresión política, lo que bien ilustran sus escritos y sus actos. Excelso profesor e investigador, ha influído decisivamente en varias generaciones de hispanistas, empezando por los franceses para quienes ha sido el maestro por excelencia.
Hispanista, es precisamente el primer título que reivindicaba con ufanía ese prócer que amaba entrañablemente a España y a América latina y fue el primer presidente de la “Sociedad de Hispanistas Franceses” y el segundo presidente de la “Asociación Internacional de Hispanistas”.
Augustin Redondo
Presidente de Honor de la AIH