(1906 – 1977)
Edward Meryon Wilson, tal vez el más ilustre hispanista británico del siglo XX, nació en 1906 en Kendal, Westmorland, un condado del norte de Inglaterra, por cuyo paisaje y folklore siempre tuvo una profunda afición. Su padre, Norman Wilson, fue director de una empresa de ingeniería y un anglicano devoto, que poseía una buena biblioteca y se interesaba por la historia de los Países Bajos, incluido el desarrollo del protestantismo, intereses que transmitió a su hijo. Éste recibió la enseñanza secundaria en el instituto de Windermere, donde adquirió su gusto por la poesía inglesa y por la música, aprendiendo a tocar el piano con bastante habilidad. En 1924, su padre le mandó al Trinity College de Cambridge, con la intención de que se hiciese pastor anglicano; pero tal vez debido al ambiente secular e izquierdista de su círculo de amistades en Cambridge, Wilson perdió su fe religiosa, aunque había de recuperarla después de la segunda guerra mundial. En Cambridge, hizo la carrera de humanidades, primero en la Facultad de Inglés, y después en la de Lenguas Modernas, licenciándose en francés y español en 1928. Sin duda su interés y preferencia por el español se debía a que un tío suyo, el hermano gemelo de su madre, se había retirado de su negocio de antigüedades a una edad temprana para afincarse en Málaga, y durante sus visitas anuales a Kendal, logró comunicar al sobrino su afición a España y a la cultura española. Después de pasar varios meses como becario en la Residencia de Estudiantes en Madrid en 1929, y un año como Socio Visitante en la universidad de Princeton en 1932, volvió a Cambridge en 1933 en calidad de profesor auxiliar, y sacó el doctorado al año siguiente, con una tesis sobre las huellas de Góngora en Calderón, destinados a permanecer sus dos autores españoles predilectos.
En la década 1920-30, el renovado interés por los llamados “Metaphysical Poets” -los poetas aficionados a la agudeza y el concepto- coincidió con el redescubrimiento de Góngora en España, marcado por la publicación en 1927 de la paráfrasis en prosa de las Soledades, hecha por Dámaso Alonso. Wilson mostró su simpatía por ambas tendencias mediante su valiosa y ambiciosa traducción en verso de las Soledades, de la que aparecieron fragmentos en tres revistas inglesas en 1929, incluida The Criterion, dirigida por el eminente poeta T.S. Eliot. En cuanto al teatro de Calderón, lo que atraía a Wilson no era tanto el contenido filosófico y los esquemas alegóricos, sino el fondo de emociones y conflictos humanos, que él analizaba con una fineza y un rigor sin precedentes, rebatiendo así el tradicional prejuicio de que Calderón es un dramaturgo frío e intelectual. Estas cualidades se manifiestan sobre todo en los estudios sobre La vida es sueño y los dramas de honor, incluidos A secreto agravio, secreta venganza y El pintor de su deshonra .
En la década de los 1930, Wilson estuvo muy influido por el grupo cantabrigense asociado a la revista Scrutiny, encabezado por F.C. Leavis y L.C. Knights; otro miembro del grupo, buen amigo de Wilson, que siempre lo consideró como su mentor intelectual, fue James Smith, catedrático de inglés de la universidad de Freiburg. Leavis, conocido por su agresividad polémica, despreciaba la pedagogía e investigación practicadas por los departamentos de inglés de su país, que se limitaban al estudio árido de fuentes y al descubrimiento de “caracteres vivos” en el teatro y la novela. Abogaba por el análisis fino y penetrante del lenguaje literario -sus matices y ambigüedades, la interrelación de imágenes- basándose en la convicción de la unión indisoluble de forma y fondo, y de la importancia de la literatura como forjadora de valores culturales. La influencia de este movimiento es perceptible en la serie de ensayos críticos de Wilson sobre el teatro de Lope y de Calderón, empezando con un artículo sobre los cuatro elementos en la imaginería de Calderón (1936) . Otro notable trabajo en esta línea es “Images et structure dans Peribáñez”, publicado en Bulletin Hispanique 51 (1949), 125-59 . La orientación intelectual temprana de Wilson se refleja también en su interés, nunca abandonado, por la relación e influencia recíproca entre la literatura inglesa y la española, estudiada en varios trabajos en torno a 1950 sobre la recepción de Cervantes en Inglaterra en el siglo XVII y sobre los dramas de honor de Shakespeare y sus contemporáneos, y en especial, en sus artículos sobre la valiosísima colección de pliegos sueltos del diarista Samuel Pepys, en el Magdalene College, Cambridge.
En 1945 Wilson fue nombrado catedrático de español de la Universidad de Londres, y ocho años después, en 1953, obtuvo la cátedra de Cambridge. Durante el desempeño de ambos cargos, dirigió las tesis de numerosos investigadores, de los que casi todos se hicieron posteriormente distinguidos hispanistas: Peter Dunn, Roy Jones, Jack Sage, Alan Paterson, Willie Hunter, J.M. Aguirre, Don Cruickshank, Anthony Watson, Trevor Dadson, R.M. Flores, Melveena McKendrick. Aunque se ganó la devoción y estimación de todos los mencionados, quienes apreciaban unánimemente su meticulosidad y su cuidadosa atención, jamás logró captar y mantener de modo semejante el interés de sus alumnos universitarios, tal vez por timidez, tal vez por incapacidad de ponerse a su nivel. De todas formas, su falta de éxito en las aulas estaba a tono con las modas del mundo universitario de antaño, cuando no se tomaba demasiado en serio este aspecto del cometido del profesorado. Como director del departamento de español de Cambridge, su actuación era apreciada por los colegas por su tolerancia más bien que por su dinamismo. Su contribución principal al hispanismo debe buscarse en su labor de investigación, que tiene varias facetas, cada una de óptima calidad e importancia duradera. Lo paradójico de esta masiva producción erudita, tanto más cuanto que se suele dar por sentado hoy en día que los catedráticos eminentes publican libros por toneladas, es que -tal vez por timidez o por exceso de escrúpulos- jamás escribió ningún libro, aunque desde un período temprano tenía proyectado uno sobre Calderón.
A comienzos de la década 1950-60, se produce un cambio de rumbo en las investigaciones de Wilson, que empieza a seguir un camino muy distinto, y en cierto modo contrario, al fino análisis textual demostrado por sus estudios anteriores. Ahora se pone a ocuparse del trasfondo factual y “árido” de la literatura, publicando una imponente ola de estudios paleográficos, biográficos y bibliográficos, de los que muchos iluminan rincones oscuros de la vida y obra de Calderón. Al mismo tiempo, su antigua afición al folklore de Westmorland empieza a discurrir por un cauce erudito en beneficio de la literatura española, mediante sus trabajos sobre pliegos sueltos y romances españoles. Estos intereses coincidían, por supuesto, con métodos de investigación practicados en España durante la primera mitad del siglo XX por Ramón Menéndez Pidal y, posteriormente, por Antonio Rodríguez-Moñino. Con este último, a comienzos de la década de los 50, Wilson reanudó un contacto que había sido interrumpido por la Guerra Civil española y por la Segunda Guerra mundial, y que se transformaría ahora en colaboración y firme amistad. Otra colaboración que merece mencionarse es su edición de Lágrimas de Hieremías castellanas de Quevedo, que hizo juntamente con Jose Manuel Blecua. Fue publicada en el anejo 55 de la Revista de Filología Española en 1953.
Su Taylorian Lecture, pronunciada en Oxford en 1966, fue, en parte, la formulación razonada de su nueva aproximación literaria . Expresa cierta nostalgia por una época dorada desaparecida, incluido el siglo de oro español, en que no existía una división cultural tajante entre la plebe y las clases educadas, y al mismo tiempo, arremete contra rótulos simplificadores de la historia literaria que tienden a dividirla en compartimientos estancos (“períodos”, “movimientos”, etc.) y pasan por alto sus continuidades profundas: los cuentos y cantares folklóricos, los textos devotos y religiosos. Entre los frutos específicos de la nueva orientación se destacan su descripción de la princeps de Fieras afemina amor de Calderón, en que aplica un método paleográfico derivado del empleado por especialistas en el teatro inglés , los trabajos sobre la Primera y Tercera Partes de las comedias de Calderón, y sobre las primitivas ediciones de los autos , y por último, la impresionante serie de artículos, ya mencionada, sobre la colección de pliegos sueltos de Pepys .
Fue nombrado socio de la British Academy en 1964, y miembro correspondiente de la Hispanic Society of America en 1963, de la Real Academia Española (1964), y de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona en 1974. Fue Presidente de la Asociación Internacional de Hispanistas de 1971 a 1974. Desde que volvió a Cambridge en 1953, llevó la vida típica -para aquellos años al menos, ya que la especie está ahora en vías de existinción- de socio soltero de un colegio, que en este caso era Emmanuel. Es decir, tenía sus “rooms in collage”, o sea, su apartamento en el colegio, con estantes cargados de volúmenes, tomaba sus comidas en el refectorio con los demás socios; cuando estaba en Cambridge, raras veces salía del recinto rectangular ocupado por el colegio, sus patios y jardines. Pero esta vida recogida era interrumpida por frecuentes visitas al extranjero: en especial a Madrid, para hacer sus pesquisas de investigador. Y tal vez la apariencia de vida monástica era engañosa. En Madrid solía alojarse siempre en la pensión de una viuda cerca de la Plaza de la Independencia. Hace unos años, una colega mía encontró en Madrid a un joven español con algunos conocimientos de inglés que se parecía tanto a Edward, incluso en pequeños rasgos físicos como las finas manos de pianista, que ella habría jurado estar en presencia de un hijo suyo. A su muerte legó su espléndida biblioteca a la University Library de Cambridge. Ávido coleccionista de libros españoles, era sobremanera generoso con los que poseía. Yo mismo puedo atestiguarlo, ya que en los estantes de mi despacho todavía están los seis volúmenes de la primera edición del Quijote de Diego Clemencín, más los diez tomos de la de Rodríguez Marín, publicada en 1947-9, que me regaló Edward cuando yo era todavía un joven profesor auxiliar. En su trato con los demás era un caballero inglés a la antigua: cortés, reservado, conservador en sus actitudes, si bien tolerante para las novedades como profesor y crítico literario. Solía citar lo de Terencio: “homo sum, humani nil a me alienum puto”. Falleció en Cambridge en 1977.
Anthony Close
University of Cambridge